La furia española by Arnaldo Visconti

La furia española by Arnaldo Visconti

autor:Arnaldo Visconti
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras
publicado: 1947-09-19T23:00:00+00:00


* * *

James Argyll, más tétrico que nunca, vino al frente de sus jinetes, cubiertos de polvo, hasta el lugar donde acampaba Kircaldy y los suyos.

Douglas Kircaldy era hombre poco experto en lides diplomáticas, pero no tenía igual en el arte bélico. Mientras se aproximaban las huestes de James Argyll, fué contando el número de plumas verdes...

—Hola, conde Kircaldy —dijo lúgubremente Argyll—. Di alcance al, traidor Erskine y le di muerte, así como a todos los suyos.

—Se dejaron exterminar sin combate, por lo que veo-dijo Kircaldy.

—Los atrapé en emboscada y mientras atravesaban un desfiladero. Cayeron aplastados por el peso de las rocas que derrumbamos a su paso.

La explicación era lógica y aquietó momentáneamente el recelo siempre despierto de Kircaldy y cuantos como él vivían en la tierra de los conspiradores.

Pero sintió acentuarse su recelo al observar que los plumas verdes seguían montados, y algunos de ellos iban como al desgaire, conduciendo a sus monturas de forma a rodear a los que acampaban.

Y estalló la primera chispa del descomunal combate que iba a seguir, porque Ruthven Erskine, quizá por deseos de terminar pronto con éxito el plan que le había sugerido Argyll apareció en lo alto de las rocas al frente de su mesnada.

—¡¡A las armas!! —gritó Douglas Kircaldy, ensillando de un salto.

James Argyll hizo dar media vuelta a su caballo para distanciarse del temible y feroz Kircaldy.

Formóse una algarabía de voces y relinchos de caballos, mientras las espadas destellaban a los rojizos reflejos del crepúsculo.

Douglas Kircaldy, espada en alto, puso al galope su caballo. Plumas verdes y plumas amarillas enzarzáronse en mortal lucha, mientras James Argyll lograba ocupar puesto a la retaguardia...

Por las laderas de la vertiente del canal, y a todo tren, bajaban los jinetes de Kuthven Erskine, que se dirigían hacia el enemigo del momento, cargando por el flanco.

—¡¡Formad triángulo!! —gritó Kircaldy, asestando a diestro y siniestro sendos altibajos.

La estratégica y cerrada maniobra se verificó prontamente, avanzando con ímpetu.

Chocaban los pechos de los caballos, derribando los más poderosos a sus adversarios. Los cascos pisoteaban y las espadas goteaban sangre..

Ruthven Erskine quiso rehuir el combate cuando vió que como una tromba, Douglas Kircaldy salía del triángulo, y, abriéndose paso irresistiblemente, avanzaba hacia él espada en alto.

Detuvo Erskine la primera acometida, pero la daga de Kircaldy fulguró unos instantes, hundiéndose en el ojo derecho de Erskine y atravesándole el cerebro.

—¡¡Muerto el traidor Erskine!! —gritó Kircaldy, con salvaje frenesí.

Aquel grito sirvió de acicate á sus hombres, que renovaron con mayor energía su ataque.

Caía ya el crepúsculo, cediendo paso a la noche, cuando las boinas caladas al iniciarse el combate; y atravesadas por plumas amarillas, eran las únicas que cubrían cabezas de hombres a pie, que recorrían el prado, rematando a los vencidos.

Douglas Kircaldy se detuvo con la daga en alto encima del cuerpo derribado de James Argyll, cuyo caballo, muerto le había aplastado la pierna derecha, rompiéndosela, y manteniéndolo prisionero con su peso.

Un ancho tajo partía el hombro de Argyll y por la profunda herida manaba sangre en abundancia...

Los supervivientes iban encendiendo antorchas.



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